viernes, 12 de enero de 2007

NOCHEBUENA, segunda oleada (con retraso).

















Toda la familia esperábamos con impaciencia la llegada de Papá Noel. A mí me dio la risa tonta y a mi hermano le consumían los nervios.

¡No escuchábamos las campanillas de la reata del trineo, ni percibíamos el inconfundible olor a reno! ¿Se olvidaría "Santa" de nosotros?

Pues no, sigilosamente nos había dejado los regalos bajo el árbol, cosa que comprobamos gracias a Milú, que con un gesto de alerta, nos hizo sospechar que algo estaba sucediendo fuera, en el porche.

Cuando salimos la base del árbol estaba llena de paquetes de mil colores. Toda nuestra atención se centró en el multicolor revoltijo de paquetes, aunque todavía pudimos escuchar como una ligera brisa que se alejaba y la luna nos mostraba su reflejo en los herrajes dorados del trineo y de las campanillas de los renos. Aunque, tanto el reflejo como el sonido eran muy débiles, pues se alejaban con rapidez, el breve momento, fue inolvidable.







¡HABÍA LLEGADO PAPÁ NOEL!!!







A mí me había dejado unos preciosos peluches y a mi hermano Alberto, como es mayor, un montón de cosas, que como no caben en esta "entrada", le voy a preparar una exclusiva para él solo. Así veréis la cantidad de cosas que le dejó Papá Noel. ¡Si se descuida... vacía el trineo y deja sin juguetes a Rubén y Ángel, nuestros vecinos más cercanos.

A mí, por la emoción, me dio por hacer el tonto y como no me había dejado un aparatito de esos que hacen pompas con jabón... pues me lo monté por mi cuenta y aquí me tenéis haciendo pompas... ¡sin jabón!

Los que sí tenían una cara de satisfacción eran mis padres, mis abuelos y mis titos Ana y Domingo.
No obstante el rostro mas feliz y radiante era el de mi madre.
Así, que no me resisto a que lo contempléis.





¡¡¡No es solo amor de hijo; es que está guapísima!!!












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